No sé si serán los efectos del confinamiento, pero lo que más me apetece ahora mismo es viajar. En su defecto, como no es posible aún, lo que estoy haciendo es invertir mi tiempo en planificar viajes. Me saca de la rutina y me hace pensar con esperanza en el futuro. Además, todo son viajes por España. Porque esto lo superamos juntos, y lo que venga después también, así que este año todo lo que podamos invertir que sirva para ayudarnos unos a otros.
El plan que he trazado hoy es un viaje que recorre una gran parte de nuestra geografía con un objetivo común: degustar los platos más típicos y deliciosos de nuestra extensa gastronomía. Quién sabe, mientras no podamos ir físicamente podemos entretenernos intentando cocinar todos estos manjares. Tiempo hay para practicar y, ¡la práctica hace al maestro!
Un país para comérselo
Para empezar por algo rico, pero sencillo, vamos a coronar a la tortilla de patata como la reina de la comida tradicional. El primer documento conocido que se refiere con exactitud a la tortilla de patatas proviene de 1817, y es de origen navarro. Sin embargo, mucho antes, las crónicas indias documentan que entorno al 1519 ya se conocía la tortilla de huevo en América y en Europa. Sea cual sea su origen, la realidad es que actualmente se trata de uno de los platos que todos los españoles llevamos en nuestros genes y no hay reunión que se precie, en cualquier parte del país, en la que no haya una, o varias, tortillas de patatas. Incluso me atrevería a decir que es casi disputa nacional el tema de cuajar el huevo o no, o si se le añade cebolla. Se hizo muy conocida la versión deconstruida de Ferrán Adrià, demostrando una vez más que el orden de los factores no altera el producto.
De Andalucía vamos a destacar el gazpacho. Es inimaginable pensar en un verano en el sur sin un buen gazpacho fresquito. Los ingredientes principales, además de sencillos son fáciles de encontrar: tomate, pepino, cebolla, aceite de oliva, ajo y un poco de pan. Existe una receta similar conocida como salmorejo, más consistente que el gazpacho, pero igual de sabroso.
De Cataluña vamos a destacar un plato que lo mismo se puede consumir en verano que en invierno: una buena escalivada. Es muy sencillo de preparar y el resultado es asombroso. Los ingredientes son pimiento rojo y berenjena. Se ponen directamente sobre las llamas o al horno con el grill encendido, hasta que la piel queda negra. En ese momento se tapan con un plato hasta que se enfríe. Entonces se procede a pelar las verduras y a cortarlas en tiras para su presentación. En típico acompañarla de una tostada de pan, aceite y sal, anchoas o atún y cebolla.
En la Comunidad Valenciana vamos a probar, por supuesto, sus paellas. La palabra paella en su origen designaba a la sartén, aunque hoy es con el nombre que se conoce al plato. El ingrediente principal sea cual sea la variante que se va a servir, es el arroz. Se dice que la tradicional paella valenciana era una mezcla de arroz con aquellos alimentos que tenían a mano los labradores: pollo, conejo y hortalizas típicas de Valencia como el garrofón o la tabella. Con el paso de los años la receta ha ido evolucionando y hoy es fácil encontrar además de ingredientes de montaña, ingredientes del mar como la sepia o las gambas. Eso sí, cuentan que uno de los secretos de este plato es el sofrito con tomate. En este caso, podemos adelantar trabajo con las preparaciones que existen en conserva, tal y como nos explican en Hida.
En un día de frío, lo mejor sería un cocido madrileño. Es uno de los platos más completos de nuestra cocina para hacer frente a las inclemencias del mal tiempo. Garbanzos, carne gelatinosa, media gallina, chorizo, morcilla, un pie salado de cerdo, una pelota (de carne picada, miga de pan, 1 huevo y especias), una col, cebolla, repollo, judías verdes, arroz, tocino, jamón, aceite y ajo. Son casi tres horas de preparación para un puchero potente y con mucho gusto.
Más al norte, en Navarra es típico degustar unos calamares en su tinta. Aunque es un plato que, al menos la primera vez, da cierta aprensión, por el color intenso de la tinta del calamar. Sin embargo, una vez lo pruebas, se te olvida todo porque el sabor es exquisito. Para prepararlo tú mismo, te llevará una hora y media aproximadamente, y, según dicen: el truco es utilizar la tinta del propio calamar, la que aporta ese sabor inconfundible, aunque después se añada tinta artificial para que el plato adquiera un color más intenso. Otros ingredientes que se utilizan aparte de los calamares son: las cebollas, ajo, perejil, cayena y una copa de vino.
No podemos pasar por Teruel sin probar un buen plato de migas. Este plato, que según algunas teorías podría derivar de los hormigos (guisos de trigos que aparecen citados en el siglo XVI), tiene como base el pan. La receta de este plato tan famoso consiste en trocear pan y dejarlo remojar en agua y sal durante un día y después freírlo con aceite y ajo, dándole vueltas continuamente para evitar que se pegue a la sartén. Suele acompañarse con trozos de pernil, chorizo, o incluso racimos de uvas. Es un plato consistente y delicioso.
Para acompañar todos estos manjares una copita de chacolí, un tipo de vino blanco cuya mayor producción se realiza en el País Vasco. Está presente en muchas recetas de esta región, como por ejemplo el chicharro. Un tipo de pescado azul que se prepara en una cazuela junto con tomate, cebolla, zanahoria, puerro, ajo, aceite y por supuesto un vasito de chacolí.
Por ir terminando, porque hay tanta variedad que si quisiéramos no lo haríamos nunca, dos postres. Tarta de Santiago en Galicia y Hojuelas en Castilla. La primera es un postre tradicional que se elabora con harina, mantequilla, almendras, azúcar, huevos y limón de lo que resulta una especie de bizcocho de característico sabor almendrado, cuya procedencia se remonta al siglo XVI y perdura hasta la actualidad. El icono clásico de esta tarta es su cobertura en azúcar glas a excepción de la típica cruz de Santiago. Las hojuelas, por su parte, son típicas en la fecha de Todos los santos, Cuaresma y Semana Santa. Huevo, harina, azúcar, aguardiente, aceite, sal y unas gotas de vinagre. De la elaboración de este plato nace la frase hecha de “miel sobre hojuelas” para describir algo exquisito. Así que ya está todo dicho. ¡Manos a la obra!